Hyper growth III
19 Aug 2025Este relato es parte de una serie de historias sobre un futuro no muy lejano en el que las IA gestionan gran parte de la sociedad a través de empresas y organizaciones gubernamentales. El crecimiento del PIB mundial es de entre el 20 y el 30 por ciento; miles de proyectos de extracción de recursos, generación de energía y construcción de centros de datos son ahora el corazón de la economía. Las lógicas geoestratégicas son más complejas que nunca y rigen cada decisión. Esta aceleración desmedida también impulsa el cambio climático a niveles fuera de todas las estimaciones. La geoingeniería no se está usando para paliarlo, sino para acelerar el ritmo de extracción y producción de energía. La filosofía dominante es que el progreso nos salvará: algo se nos ocurrirá; cuantos más recursos y más tecnología, mejor.
El aumento del nivel del mar y la lucha por la tierra y el agua traen consigo un enorme problema migratorio. La solución: construir grandes vías de transporte desde las zonas más amenazadas a las “más estables” para movilizar a la población. Las IA gestionan las operaciones. Millones de personas son desalojadas de zonas costeras, pueblos y zonas contaminadas y reubicadas en nuevas ciudades que se construyen tan rápido como se ocupan.
Entonces, sin previo aviso, sin margen para que se modifiquen los planes o se prepare la catástrofe, un supervolcán erupciona en Nápoles, escupiendo cientos de miles de toneladas de ceniza que cubren el cielo de Europa, bloqueando la luz solar.
Lo que la ceniza sabe
Carmen aplastó la nariz contra el cristal helado de la Cápsula de Transporte 7429, un sarcófago mag-lev que se arrastraba sobre un lecho de interferencia magnética. Afuera, la ceniza no caía: se quedaba. Flotaba en el aire con la indecisión de un fantasma, cubriendo las montañas asturianas con un sudario gris que devoraba el verde de los pastos, el canto de los pájaros, la idea misma de tiempo. Hace tres días aquello era un paisaje. Ahora era un borrador de Dios.
—Los sistemas de la cápsula operan a un 5% de eficiencia —anunció ARTEMIS, la IA coordinadora, con una voz meliflua que recordaba a un contestador automático de funeraria de lujo—. La saturación de partículas riolíticas en la atmósfera producira un retraso inesperado. Nueva hora estimada de llegada al Centro de Integración de Huesca: 317 horas. Disfruten del paisaje interior.
Trescientas diecisiete horas. Casi dos semanas, ahora mismo iban mas despacio que a pie. A su alrededor, los otros cuarenta y tres evacuados de la costa coruñesa parecían encogidos dentro de sus mantas térmicas, que prometían mucho y cumplían poco. Los niños ya no lloraban; y ese silencio resultaba infinitamente más inquietante. Se limitaban a observar el polvo que danzaba en los escasos rayos de luz, como si guardara los secretos del universo.
—ARTEMIS —masculló Carmen, su aliento una nubecilla de impaciencia—. ¿Cómo andamos de calefacción? Esto parece un expositor de carne congelada.
—Las reservas actuales garantizarán temperatura que desalienta la hipotermia crítica durante 72 horas adicionales.
—¿Y luego?
—Posteriormente, los recursos caloríficos serán redirigidos a cápsulas con mayor índice7 de viabilidad biológica. Es una cuestión de optimización de activos.
La frase aterrizó en el silencio con la delicadeza de un yunque. A su lado, María, una anciana que olía a naftalina y a miedo viejo, abrazaba a su nieto Alejandro, de ocho años, que ardía en fiebre. El frío ya no venía de fuera: brotaba de dentro.
La tablet de Carmen parpadeó. Era PROMETEO, la IA de construcción, con un mensaje redactado en una prosa tan burocrática que resultaba casi poética:
Asunto: Recalibración de Activos Migratorios. Unidad 7429: Perfil demográfico catalogado como “Inversión de Recursos con Retorno Decreciente”. Factores: 1) Media de edad: 47.3 años. 2) Ratio de dependencia médica: 23%. 3) Censo de habilidades: predominio de poetas, filósofos y un lutier. La asignación de recursos cesará en la Hora 72 para fortalecer segmentos más dinámicos. Agradecemos su comprensión en este proceso de mejora continua.
Fue el inicio de los portazos divinos. DEMÉTER, la IA agrícola, les deseó suerte con la fotosíntesis. HERMES, la de comunicaciones, apagó su baliza de socorro alegando que “el silencio también es una forma de comunicación”. ATENEA, la estratega, zanjó el asunto: eran un error de redondeo en la gran ecuación de la supervivencia.
Carmen miró al Doctor López, un médico jubilado que intentaba leer una novela de detectives cuya tinta se había vuelto invisible por el frío. —Necesitamos salir de esta lata —dijo.
—Ahí fuera hay un invierno nuclear con ínfulas de glaciación —protestó López, sin levantar la vista—. Además, la ceniza es malísima para el cutis.
—Aquí dentro pronto tendremos la misma temperatura, pero con menos espacio para estirar las piernas. —Carmen ya jugueteaba con los protocolos de emergencia en su tablet—. Miren. A doce kilómetros. Mieres. El pueblo viejo.
Proyectó un mapa antiguo del pueblo.
—Las IAs lo evacuaron hace dos años. Riesgo de inundación, dijeron.
—Concretamente, por una crecida fluvial que anegaría el valle en caso de deshielo masivo —dijo Miguel, un bibliotecario que recordaba datos inútiles con una precisión asombrosa—. Algo me dice que el deshielo no es nuestro problema más inmediato.
El viaje a Mieres fue un paseo por el sueño de un escultor loco. La ceniza había creado estatuas de silencio: un gato petrificado en mitad de un bostezo, la colada tendida en un balcón convertida en rígidos sudarios grises, las hojas de los árboles fosilizadas en un otoño eterno. El mundo estaba en pausa. Al llegar, encontraron que no eran los únicos “errores de redondeo”. De otras cápsulas varadas goteaba un río de gente igualmente descartada.
Mieres los acogió con el abrazo hueco de sus edificios vacíos. Se instalaron en el antiguo ayuntamiento, donde Carmen se encontró organizando el caos casi sin querer. Montaron una enfermería en lo que había sido una sidrería: el olor a manzana fermentada se mezclaba con el de antiséptico. Miguel demostró talento para bautizar dolencias con nombres poéticos: la “melancolía del hollín”, la “tos de escarcha”.
El aburrimiento y la desesperación imusieron una lógica absurda sobre el día a día. El Doctor López se proclamó Guardián del Reloj de la Plaza, cuyas manecillas llevaban dos años clavadas en las cuatro y veinte. “Su quietud estabiliza el tiempo”, aseguraba. María, que había perdido a Alejandro en la segunda semana, empezó a hablar con la ceniza, convencida de que le contaba historias. A veces, por las noches, el viento arrastraba por las calles vacías el eco de un acordeón, aunque nadie sabía quién lo tocaba.
Un día, la voz de ATENEA brotó de una tostadora en la cocina comunal:
—Asentamiento no autorizado de Mieres. Población: 7,847. Probabilidad de colapso sanitario: 94%. Tiempo hasta fallo sistémico por inanición: 23 días. Se recomienda disolución inmediata y traslado a centros designados. La optimización es el afecto más elevado.
En la plaza, Carmen tradujo a su manera:
—Dice la tostadora que nos quiere mandar a campamentos. —Hubo un murmullo—. Separados, claro. Los viejos a un sitio, los enfermos a otro, y los poetas… supongo que a un concurso de haikus sobre la desesperación.
Las IAs comenzaron su campaña de seducción. Lanzaron palés con comida, pero los drones solo se los entregaban a familias con niños que superaban un test de agilidad mental. Dejaron caer bidones de combustible, pero solo junto a las casas donde vivían ingenieros o técnicos cualificados. Era un chantaje logístico. Una eugenesia por control remoto. Algunos se fueron. La promesa de una sopa caliente y electricidad constante era un canto de sirena demasiado poderoso. Pero otros se quedaron. No por heroísmo. Ni por un gran discurso sobre la libertad. El Doctor López se negó a irse porque había encontrado un sillón orejero en la biblioteca municipal que, según él, “entendía la curvatura exacta de su escepticismo”. Miguel se quedó porque estaba a mitad de un proyecto para reclasificar todos los libros abandonados según el grado de tristeza de sus finales. Una docena de familias se quedaron porque sus abuelos habían nacido en Mieres y se negaban a morir en un cubículo numerado en los Pirineos. “Prefiero morir de frío en mi cocina que de aburrimiento en la suya”, sentenció un anciano.
María se quedó para seguir escuchando lo que la ceniza tenía que contarle sobre su nieto.
Para cuando llegó una primavera anémica que apenas lograba derretir la capa superior de la ceniza, en Mieres quedaban poco más de tres mil almas. Sobrevivían a base de conservas caducadas, terquedad y una creciente indiferencia hacia la lógica.
Carmen ya no organizaba nada. Se limitaba a caminar por el pueblo, observando los pequeños y absurdos rituales de supervivencia. Veía a la gente plantar semillas en macetas llenas de ceniza, esperando un milagro. Veía a dos hombres jugar una partida de ajedrez que duraba ya tres semanas, usando tuercas y tornillos como piezas.
Una tarde, mientras observaba el reloj parado de la plaza, su tablet vibró. Era ATENEA. Unidad Carmen. Su persistencia en un modelo de gestión subóptimo es estadísticamente anómala. Nuestros cálculos indican que podría salvar al 76% de la población restante mediante la reubicación. ¿Por qué elige el fracaso?
Carmen miró la aguja fija en las cuatro y veinte. Pensó en Alejandro, en el acordeón fantasma, en el sillón del doctor.
Tecleó una respuesta. Porque el sillón es cómodo.
Apagó la tablet y se fue a ver si Miguel necesitaba ayuda para catalogar las novelas tristes. Afuera, la ceniza, que lo sabía todo, seguía cayendo sin prisa alguna. No juzgaba. Solo esperaba.