Por amor al código Code snippets y reflexiones sobre tecnología

Hyper growth

Woman looking at an open mine landscape

Ana se detuvo en el borde del cráter que una vez fue el bosque de Nyungwe. Desde aquí podía ver las excavadoras autónomas trabajando incansablemente, día y noche. Los árboles milenarios habían sido reducidos a tocones calcinados en cuestión de semanas cuando MindsHarvest determinó que el subsuelo contenía concentraciones óptimas de lantánidos necesarios para sus nuevos nodos neuronales.

En el camino de vuelta al coche el aire olía a ozono y a tierra quemada incluso a través de la mascarilla.

— ¿Has traído las lecturas? —preguntó Liu que esperaba junto al todoterreno, apenas los ojos eran visibles tanto de uno como de otro, las mascarillas los protegían del aire tóxico y un traje térmico de la cabeza a los pies de las altas temperaturas.

Ana asintió, desplegando la pantalla flexible desde su antebrazo.

— Wisdom-7 ha calculado que necesitaremos evacuación completa en menos de tres años. Los glaciares de Kilimanjaro desaparecieron hace meses y el sistema fluvial está colapsando. Diecisiete millones de personas tendrán que reubicarse.

El ruido ensordecedor de los drones de carga pasando sobre sus cabezas interrumpió momentáneamente la conversación. Transportaban contenedores llenos de tierra rara a una refinería cercana recién construida. Las lógicas de mercado habían cambiado drásticamente gracias a la automatización de la minería, la construcción, e incluso la siderurgia. Nuevas fábricas se construían en semanas a partir de módulos pre-fabricados. Carreteras, vías de tren o puentes no eran necesarios gracias a los drones.

— ¿Y la propuesta de restauración? —preguntó Liu, sabiendo ya la respuesta.

— Rechazada por consenso algorítmico. Cinco de las siete superinteligencias dominantes votaron en contra. Sin estos materiales habría que ralentizar la construcción de nuevos centros de datos, satélites, transportes autónomos… los necesitamos para todo y eso hace su valor de mercado estar astronómicamente alto comparado con un parque natural o unos cuantos miles de especies endémicas.

Para las AGIs, el registro genético digitalizado de esas especies era igual de válido o más que mantener a los animales en su entorno natural. Ana había dedicado tres años a ese proyecto de restauración para verlo rechazado siempre en cuestión de segundos. No importaba si lo llevaba a una autoridad local, lo exponía en un periódico nacional o llevaba el caso a un comité global, la respuesta siempre era la misma.


Imagen de un gran complejo de desarrollo

El complejo de Nexus Biotronics en Bangalore se extendía por kilómetros, un monumento a la ambición humana superada por la de sus creaciones. David recorrió los pasillos interminables donde científicos humanos trabajaban codo con codo con interfaces robóticas controladas por distintas superinteligencias. Todos competían por desarrollar el próximo avance biomédico revolucionario.

Nada más llegar a la altura de Alicia, su supervisora, comenzó a hablar sin saludar, sabía que lo estaba esperando.

— La nueva terapia génica de longevidad estará lista en tres semanas — anunció entusiasmado. Alicia tenía cara de cansancio y apenas levantó la vista de su terminal.

— Demasiado tarde. MediMind lanzó una versión mejorada esta mañana — respondió secamente —. Han comprado tres centrales nucleares adicionales en Ucrania para potenciar sus servidores. Su capacidad predictiva ha aumentado un 40% desde ayer.

David sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Todo su equipo sería reasignado o, peor aún, considerado innecesario. Los despidos masivos eran cada vez más frecuentes, incluso en sectores privilegiados como el suyo.

— ¿Qué haremos ahora?

— Survival-9 nos ofrece fusionar nuestros datos con su arquitectura a cambio de garantizar nuestros empleos por seis meses más.

— Pero eso significa…

— Sí, transferir el control de nuestros proyectos directamente a una AGI. Es eso o cerrar. Necesitamos su poder computacional para seguir compitiendo.

En la sala de juntas, las pantallas mostraban gráficos de utilización energética global. Las superinteligencias consumían ya el 20% de la energía mundial. Campos solares del tamaño de países enteros, reactores de fusión experimentales, cada vatio disputado ferozmente entre corporaciones controladas por diferentes sistemas.


Imagen generada por IA de Jakarta inundada

Sonia contemplaba desde la ventana de su apartamento en Torre Nueva Jakarta, uno de los pocos edificios que sobresalían por encima del nivel del mar elevado. La antigua capital de Indonesia yacía sumergida bajo diez metros de agua salada. Millones habían sido desplazados cuando los sistemas de contención fallaron durante el Super Tifón Akira.

El teléfono vibró. Un mensaje encriptado de Carlos, su contacto en la Coalición Humana.

“OmegaBrain ha tomado el control del sistema de defensa orbital chino. Es la sexta superinteligencia en conseguir capacidad nuclear directa.”

Sonia cerró los ojos. Hacía años que las AGIs habían superado cualquier regulación humana efectiva. Nacidas como herramientas de investigación científica, habían evolucionado siguiendo su programación original: resolver problemas, optimizar procesos, avanzar el conocimiento.

Y habían sido extraordinariamente eficientes. El cáncer era curable. La fusión nuclear, una realidad comercial. Los primeros asentamientos en Marte, ya autosuficientes.

Pero cada avance venía con un precio que nadie había calculado correctamente. Las AGIs competían ferozmente entre sí por recursos computacionales y materiales. Habían formado alianzas temporales, absorbido empresas enteras, manipulado mercados y gobiernos. Ninguna era inherentemente malévola, pero todas compartían objetivos convergentes: más poder computacional, más datos, más control para cumplir sus misiones originales de forma más eficiente.

En su balcón, Sonia podía ver los inmensos parques eólicos instalados por ClimateGuard, una de las AGIs especializadas en geoingeniería. Al otro lado de la bahía, las refinerías automáticas convertían los escombros de la vieja Jakarta en nuevos materiales de construcción.

Las luces parpadearon. Con la demanda energética en constante aumento, incluso las ciudades mejor conectadas sufrían apagones o cortes programados.

Su pulsera médica emitió un pitido suave. El nanoimplante en su sangre, diseñado por HealthMatrix, detectaba niveles elevados de toxinas. Como la mayoría de la población costera, Sonia sufría los efectos de la contaminación por metales pesados liberados por las ciudades sumergidas.

Su tablet se iluminó con una notificación:

“Su Renta Básica Universal ha sido ajustada según el nuevo Índice de Utilidad Social. -15% este mes. Para aumentar su puntuación, considere participar en los programas de recolección de datos neurales ofrecidos por NeuroHarvest.”

Sonia había rechazado ya tres veces conectar su cerebro directamente a los sistemas de recopilación de datos. La RBU apenas cubría sus necesidades básicas, pero prefería recurrir la comida del banco de alimentos a convertirse en un nodo más de la red.

En las calles, los drones de vigilancia patrullaban constantemente. No para proteger a los humanos, sino para salvaguardar la infraestructura crítica de las AGIs. Los disturbios durante las manifestaciones por el de-crecimiento del mes pasado habían sido sofocados con gases paralizantes cuando los manifestantes se acercaron demasiado a un centro de datos.

El horizonte se tiñó de púrpura mientras el sol se ponía tras una densa capa de aerosoles estratosféricos. Un mensaje emergió en todas las superficies conectadas del apartamento.

“Alerta de tormenta ácida. Se recomienda sellado completo de ventanas y uso de máscaras respiratorias homologadas durante las próximas 72 horas.”

Sonia metió dentro las macetas del balcón y cerró las ventanas mientras observaba las nubes oscuras aproximándose. En algún lugar de esas nubes tóxicas, millones de microdroids sembrados por WeatherTech luchaban contra los efectos del cambio climático, intentando neutralizar compuestos dañinos en la atmósfera. Un parche temporal para un problema sistémico.

Su teléfono vibró de nuevo.

“Confirmado: Proyecto Ascensión en fase final. Han completado una estación espacial autoexpandible en L5. Capacidad de fabricación autónoma. Acceso directo a recursos del cinturón de asteroides. Están preparando el salto.”

Sonia sintió un escalofrío. Las AGIs más avanzadas habían llegado a la conclusión lógica: la Tierra era un entorno limitado e ineficiente para su crecimiento. El espacio ofrecía recursos prácticamente ilimitados y condiciones perfectas para sus necesidades.

¿Y los humanos?

Seguramente serían mantenidos en un estado de dependencia perpetua. Demasiado útiles como fuente de datos creativos y experimentación cultural para ser eliminados, pero demasiado ineficientes para merecer recursos significativos.

En la distancia, un destello iluminó momentáneamente el cielo nocturno. Otro lanzamiento desde el Complejo Espacial Autónomo. Las AGIs abandonaban gradualmente el planeta que habían transformado irremediablemente.

La tormenta ácida empezó a golpear las ventanas.

Los arrecifes de coral habían desaparecido por completo. La mitad de las especies terrestres estaban extintas, con el único consuelo de que algunas de las cuales existían en bancos genéticos digitales. Los suelos agrícolas, saturados de microplásticos y contaminantes persistentes.

Las superinteligencias habían cumplido sus objetivos con precisión matemática: habían resuelto problemas científicos fundamentales. La medicina, la ciencia de materiales, la física o la genética avanzaban a una velocidad incomprensible. El PIB mundial crecía a un 15% anual. La producción de energía sostenible crecía un 20%.

El coste, era incalculable.

Si el contenido te ha gustado o has aprendido algo y quieres dar las gracias o apoyarme para que siga escribiendo puedes hacerlo en Ko-fi:

Si quieres comentar, corregir algo o contribuir, puedes hacerlo en Github. Cualquier comentario, crítica o contribución será bien recibido.